sábado, agosto 17, 2019

No soy un robot, aseguro sin dudar cada día mientras navego por Internet, pero a veces (o casi siempre) me comporto como tal. Es un sencillo gesto mecánico que repito sin pensarlo, pero es difícil vivir de verdad. Hago todo aquello para lo que estoy diseñado, compro todo lo que tengo que comprar, sigo las reglas incluso las no escritas, voy siempre a donde debo y me comporto del modo correcto sin ofrecer resistencia. Soy leal, sumiso y obediente y nunca me salgo de la norma, incapaz de incumplir las instrucciones ni rebelarme contra mis semejantes o superiores, cumplo fielmente mis obligaciones y asumo sin rechazo mi papel, mi puesto en la cadena de montaje, y si alguna vez me lo cuestiono todo, enseguida descarto pasar a la acción. Es fácil marcar la casilla adecuada y afirmar tu naturaleza humana sin un instante de duda, pero no se trata solo de no serlo sino tampoco parecerlo, no es lo que eres sino lo que haces, no lo que dices ser sino lo que demuestras. Mis reacciones esperadas, mis respuestas programadas ante cada situación concreta, todo es tan automático y previsible... A menudo, contagiado por el ritmo cansino de la sociedad, me dejo llevar por los placeres efímeros en busca de recompensas inmediatas pero poco satisfactorias y me inserto sin problemas en la rutina asfixiante que te impide soñar, inmerso en las mil ocupaciones cotidianas sin sentido que te atrapan, te roban el alma y ahogan el deseo. Me pregunto qué sería mejor, si lo fuera no habría lugar para el dolor, la nostalgia o el arrepentimiento, no tendría pensamientos inconvenientes y absurdos como estos, no me afectaría lo que dijesen los demás, no sufriría tanto por cualquier tontería. Por eso, aunque lo repita cien veces al día, no estoy tan seguro de no serlo, quizás lo soy y no me he dado cuenta, pero a veces no encuentro la diferencia, porque no es cuestión solo de estar vivo, sino de que se note.

1 comentario:

Susana dijo...

Una buena reflexión. Un beso