sábado, marzo 13, 2021

Hace un año la vida se nos paró de golpe. Todo cambió de un día para otro sin tener la menor idea de cuánto iba a durar aquello. Aparcamos por un tiempo las prisas y congelamos todos los planes y proyectos pensando que tan solo sería una breve pausa tras la que, poco después, retomaríamos la normalidad. Nos separamos sin despedirnos, nos alejamos sin nostalgia y nos citamos para quince días más tarde. No creíamos que la cosa fuera para tanto como algunos agoreros decían. Cansados de pasados alarmismos injustificados, estábamos convencidos de que nada cambiaría demasiado y que, tras un par de semanas, habríamos superado este ligero inconveniente sin sufrir grandes daños. Qué ingenuos éramos entonces. Poco a poco el tumulto de información y las severas restricciones nos hicieron tomar conciencia de la realidad. Tratamos de no dejarnos amedrentar por las noticias y sacamos fuerzas para seguir adelante poniendo la mirada en el futuro. Fuimos optimistas mientras pudimos, domesticamos los miedos y quisimos ver esto como una oportunidad, aprovechando para hacer todo aquello para lo que nunca teníamos tiempo. Incluso al principio nos llamábamos con más frecuencia de lo habitual, necesitados de un asidero al que aferrarnos en mitad de la que estaba cayendo. Durante un tiempo llegamos a creernos aquello de que íbamos a salir mejores de esta. Cuando volvimos a salir a la calle, las cosas no eran como las recordábamos. Tuvimos que incorporar nuevas rutinas, aceptar que debía ser así a pesar de que no comprendiéramos algunas de ellas, convivir a diario con la desgracia y la incertidumbre como si no pasase nada, tratando de mantener la esperanza de que todo iba a salir bien. Aprendimos a controlar las expectativas y a desconfiar de las promesas. Hemos tenido revelaciones que nos han hecho conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Hoy, cuando el futuro parece estar cada vez más lejos, tengo la sensación de que nada es como antes y que hay secuelas de las que me va a costar recuperarme. A pesar de que no he sido golpeado personalmente por la pandemia como otras personas, siento que mi vida no es la misma y yo tampoco. No es un lamento ni una queja, sino una constatación. Tal vez no tengo derecho a quejarme. Tal vez lo que yo he perdido sean cosas mucho menos importantes, pero tengo la sensación de que la vida tiene hoy menos sabor, menos intensidad, menos recompensas que hagan que valga la pena. Y a pesar de eso, sigo manteniendo la esperanza de que el final esté cerca y podamos pronto recuperar con toda su plenitud la vida que dejamos hace un año aparcada.


 

No hay comentarios: