sábado, abril 20, 2024

El tiempo de la espera es el más difícil. No puedes hacer nada para que llegue el momento deseado, pero tampoco puedes dejar de pensar en él. Lo peor es la duda de si llegará o no. El tiempo se expande y tu vida se convierte en una sala de espera sin que tengas ni idea de lo que hay al otro lado de la puerta. Tratas de entretenerte con ocupaciones insustanciales que distraigan la espera sin apartarte de tus metas. Al principio esperas con ilusión, con confianza, con la certeza de que, tarde o temprano, lo que ansías sucederá y todos tus sueños se harán realidad, porque así te han enseñado a pensar. Pero poco a poco la esperanza se transforma en incertidumbre, para dar paso a la impaciencia y finalmente a la desolación. Piensas que ya es tarde y que nada sucederá como te lo habías imaginado, pero entonces una señal furtiva renueva en ti el deseo y te hace creer de nuevo en tus fantasías. Nos pasamos la vida esperando, aunque no sepamos muy bien qué. Imaginamos siempre que nos aguarda un destino ideal, como si cualquier tiempo futuro fuera mejor. Ponemos todas nuestras esperanzas en lo que vendrá, repitiéndonos ingenuos que lo mejor está por llegar y que el mañana solucionará tus problemas, pues ya sabes que el tiempo todo lo cura. Pero no es así, no hay un futuro esplendoroso aguardando a la vuelta de la esquina y no tiene sentido esperar que ocurra algo distinto a lo que siempre ha ocurrido, menospreciando a cambio el brillo del presente, como si solo tuviese valor lo que se fue o lo que aún no ha llegado. Lo más difícil en combinar la esperanza con la celebración oportuna que merece el momento actual y no dejar que tu vida dependa de la remota posibilidad de que suceda lo improbable.


 

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