domingo, noviembre 03, 2002

Afortunadamente, todas las cosas dejan de interesarnos en algún momento.
Igual que las personas.
Porque si no fuera así perderíamos la capacidad de descubrir cosas nuevas, o no tendríamos tiempo para hacerlo todo y el dolor por aquellos que tuviéramos que abandonar sería irrefrenable.
Los afectos antiguos ocuparían nuestra capacidad de sentir por completo y no podríamos volver a experimentar el inestable placer del descubrir.
Yo he eliminado todos los míos de un plumazo.
Y no me siento mal por ello.
Menos mal que está el olvido.
Qué gran cosa es el olvido. Éste al que me refiero no es el que es incapaz de recordar algo, sino el que lo hace sin sentir las mismas emociones que antes, es una pérdida del afecto, ese que según la mitología occidental no es una facultad del cerebro sino del corazón.
Por suerte el corazón es un órgano amnésico.

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