viernes, noviembre 08, 2002

Otra película, otra reflexión.
Me gusta que me hagan pensar. Aunque a veces lo que piense no sea de mi agrado.
Amelie. No me cambió la vida como prometían, pocas cosas pueden hacerlo ya.
Pero me hizo pensar otra vez más en “el discreto encanto de las pequeñas cosas de la vida”.
Amelie cultiva el gusto por los pequeños placeres: hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la crema catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el agua del canal.
He pensado en lo míos:
- Escuchar una de mis canciones preferidas en la madrugada varias veces seguidas con los ojos cerrados y sentir el profundo silencio que queda después.
- Correr por los campos tomando caminos desconocidos al azar y descubrir nuevos parajes solitarios en los que el ser humano más cercano se encuentra a más de un kilómetro.
- Escribir unas líneas como estas sentado en la terraza al sol escuchando el diálogo de los pájaros mientras contemplo las blancas casas, los verdes olivares y viñedos y las leves nubes caprichosas en una tarde de otoño, como esta en la que el tiempo se detiene y me dejo caer en el vértigo de mis pensamientos azarosos.
Son cosas sin mucho sentido a ojos de los demás pero que a nosotros nos hacen sentir bien dentro de nuestras posibilidades bastante limitadas.
Alguien dice en la película “La vida es injusta. Cada uno calma los nervios como puede”. Me gustaría que me dijeras cómo lo haces tú, cuáles son tus pequeños placeres cotidianos que te ayudan a sentirte mejor contigo mismo y con el universo.
Todos tenemos derecho a nuestras pequeñas rarezas con las que suavizar el absurdo dolor de cada día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Solía leer a Lovecraft en las noches de verano, acompañada de Odin y una taza de chocolate caliente.. mirando las estrellas en cada pausa o al final de cada cuento..
Pensando..

Después llegó Olimpia y era ella quien me acompañaba en mis lecturas nocturnas, en la lobreguez de mi terraza.

Eran buenos tiempos, en varias de aquellas noches, llegué a sentirme con el cuerpo hinchado de plenitud.