lunes, enero 06, 2003

Hoy lamentas lo perdido como si fuera lo único. Recuerdas, tú que aún puedes, esas horas infinitas, esos cuerpos poderosos, ese espacio sin límites que te prolongaba. Cierras los ojos aunque ya vives a oscuras y te imaginas volver a esos días azules y ese sol del ayer que no dejaba sombras, y entre tus párpados temblorosos una lágrima arrastra en su caída todos los sueños y te hace regresar a la vulgar realidad de nuestro tiempo errático.
Pero hoy estás aquí, a mi lado, silenciosa y dulce como las horas vespertinas de un otoño cálido y sólo tu presencia es suficiente para hacer que estos sean mis días azules y este sol no produzca en mí sombras.
Sólo porque tú perdiste la gloria puedo yo hoy gozarla. Tu pena es mi alegría.
Así es este mundo ingrato por el que pasamos sin mirar, en el que tan extraña es la felicidad y tan amplia la tristeza y tan difícil que coincidan dos instantes prodigiosos.

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