lunes, junio 21, 2010

No suelo creer en supersticiones ni siquiera en la fortuna, pero aún siento que existen señales reales que sirven para cambiar nuestro camino; quizás no grandes acontecimientos, en los que desconfío, sino pequeñas anécdotas aisladas que nos hacen replantearnos las cosas tal y como las veíamos hasta entonces, algo en apariencia sin importancia que nos hace detenernos y pensar ¿estás seguro de que eso es lo que quieres hacer?; porque a menudo nos dejamos llevar por la inercia del tiempo que nos empuja hacia lugares extraños a los que nunca nos planteamos viajar y sólo esos signos fugaces durante el trayecto nos indican posibles salidas alternativas de un destino que probablemente no sea el nuestro sino una senda errónea que alguien o algo nos hizo tomar sin pararnos demasiado a valorar sus efectos. Ya lo sabía la santa y tantos después, pero nunca viene mal recordarlo, la mayoría de nuestros lamentos proceden de nuestras propias elecciones equivocadas más que del fracaso por lograrlo. Tarde o temprano la mayoría de las cosas que andamos buscando se acaban por alcanzar si se pone el necesario tiempo y empeño, pero es sorprendente lo poco que, con frecuencia, nos gusta el resultado.

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