miércoles, agosto 29, 2018

De ti aprendí cosas que ni tú misma sabías y otras que ya sabía pero había olvidado. Hoy las escribo aquí para no olvidarlas nunca más. Por ejemplo, que hay veces en las que hay que arriesgarlo todo para no quedarse con la duda, que a veces tres es compañía y dos es multitud y que si a una silla se le rompe una pata se caerá irremediablemente por su propio peso. Que nunca hay que avergonzarse de lo que hiciste de corazón, aunque el resultado sea un completo desastre, que lo que no te mata a veces te remata y casi siempre te debilita, que el dolor no es temporal, sino imperecedero, que el esfuerzo no merece la pena cuando quieres demostrar algo pero nadie está mirándote y que no hay más ciego que al que no le dejan ver. Contigo aprendí grandes lecciones de vida que algún día enseñaré a mis hijos, como que no se consigue todo lo que se desea, por más que lo des todo en el intento, que a quien no está no se le espera salvo que sea a quien realmente esperas y que sé esperar mucho más de lo que creía. Que si dos recorren el camino juntos llegarán más lejos, o por lo menos antes, que no hay que pararse nunca aunque te fallen las fuerzas y te duelan las piernas, pero se puede ir más despacio para llegar a la meta. Que se puede negar más veces de las que canta el gallo y hacer sentir culpable a un inocente, que hay que disfrutar cada instante porque todo puede cambiar de la noche a la mañana y que lo que ves no es siempre lo que hay. Que toda norma tiene su excepción hasta que la excepción se convierte en norma, que mentir sale muy barato y ser sincero se paga caro, que es de cobardes agachar la cabeza y no luchar por lo que quieres, que lo que dicen de ti no es lo que eres, que cuando estás en lo más hondo aún pueden pisarte para hundirte más. Pero sobre todo aprendí que no era tan débil como yo creía, ni tú tan fuerte como aún crees.

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