sábado, agosto 11, 2018

Tú siempre buscabas aquello que faltaba y por eso no conseguías ver lo que había, obligándome a elegir siempre, a no permanecer en el inquietante territorio de la duda que me impedía avanzar, Cuál es tu película favorita, a no quedarme en la frontera de lo visible, Cuál es tu ciudad preferida, y a hallar aquello que hacía único a cada ser, Qué es lo que más te gusta de mí. Cada lugar, cada ocasión, cada instante tenían algo especial para ti, aunque a mí todos me parecieran iguales, segura de que en el error de no distinguir con claridad y dejar que el azar decida por nosotros está el origen de nuestras aflicciones, pero yo a veces no lograba descubrir las diferencias, como si se tratara tan sólo de un juego inocente en el que no conseguía averiguar la trampa escondida, y todo me parecía lo mismo, indistinto, indifrente, me daba igual hacer una cosa que otra, ante lo que tú te mostrabas permanentemente dispuesta a corregir mis errores, que yo no consideraba como tales, porque para mí no había errores, ni palabras o hechos más o menos oportunos, sólo realidades ineludibles que no nos quedaba más remedio que aceptar. Nunca creí que hubiera una única y correcta forma de hacer las cosas y quizás por eso me empeñaba en llevar siempre la contraria, a veces incluso perjudicándome a mí mismo. Pero ahora comprendo cuánto te equivocabas, pues si bien nunca hubo dos cosas iguales, tampoco estaba en nuestras manos elegir.


No hay comentarios: