viernes, octubre 26, 2018

Cuando era niño soñaba con poder volar. Cerraba los ojos, abría mis alas y me imaginaba recorriendo la ciudad por el cielo y mirándolo todo con serenidad desde arrriba. Desde allí era incapaz de ver aquello que me causaba tanto dolor. No había compañeros humillándote, profesores pegándote y gritándote ni insultos o golpes en el recreo. Conforme fui creciendo comprendí que nunca podría hacerlo. Pero ahora, muchos años después, comprendo que no me equivocaba. Porque he descubierto que para volar no necesitas tener alas, tan solo un poco de imaginación y creer firmemente en tus sueños. Ahora que he aprendido eso, aunque a veces se me olvide, cuando me siento perdido o angustiado, cierro los ojos y levanto el vuelo, alejándome así de la cruda realidad cotidiana que me empuja hacia el suelo experimentando toda su dureza, y me elevo muy por encima de mis problemas, sintiéndome por unos instantes invulnerable. Porque todo lo que me parece un obstáculo insalvable no es más que un diminuto grano de arena visto desde las alturas.

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