martes, noviembre 27, 2018

Acostumbro a llamar un par de veces, a lo sumo tres, a puertas cerradas. No insisto si noto que mi visita no es bienvenida. Me quedo un rato quizás merodeando por allí cerca por si acaso abren y si no obtengo respuesta, pasado un tiempo razonable, emprendo el camino de regreso a casa. No me gusta molestar ni ser inoportuno, aunque por dentro me coma el deseo de derribar la puerta, pero he aprendido a sentarme a esperar y a aceptar las decisiones ajenas, consciente de que es muy difícil coincidir, que casi nunca sucede lo que queremos y que las oportunidades no suelen abundar. Así que aquí sigo, esperando de nuevo como tantas otras veces, tratando de mantener a raya por igual a la impaciencia y al desánimo, de huir de la ilusión y el desconsuelo como compañeros de viaje indeseables que siempre acaban traicionándote, y mantener viva la fe pero no la necesidad. Vivo en esta permanente melancolía de la que nunca consigo mudarme, si quieres algo más de mí, ya sabes dónde estoy.

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