miércoles, noviembre 28, 2018

Durante mucho tiempo la vida nos hurtó lo que nos correspondía. Fue tacaña con nosotros, mezquina, ruin y rastrera. Escatimó sus dones, racionó la alegría y multiplicó las penas. Teníamos la sensación de que no obteníamos la recompensa que merecíamos por nuestros esfuerzos, al ver cómo otros con mucho menos mérito conseguían lo que nosotros buscábamos sin descanso. Lloramos y nos quejábamos constantemente, tal vez con motivo. Si dábamos diez recibíamos uno, si no luchábamos perdíamos lo que ya teníamos, y por supuesto nunca hubo un golpe de suerte que nos concediera algo que no persiguiéramos con empeño. Fuimos víctimas de la injusticia con que a veces nos trata la vida. Jugábamos y siempre perdíamos, buscábamos y nunca hallamos la salida, nadábamos para morir en la orilla. Eso nos desanimó bastante, nos hizo a menudo bajar los brazos, creer que nada de lo que hiciéramos serviría para lograr nuestros objetivos. Pero de repente la vida nos sorprende devolviéndonos con creces todo lo que nos había quitado, como si hubiera estado guardándolo para ofrecérnoslo cuando llegara el momento adecuado, evitando así que nuestra inamdurez y presunción nos impidera valorar lo conseguido, y entonces, cuando ya no confiabas en nada, descubres que tienes mil motivos para sentirte agradecido por tantas cosas buenas que te están pasando.

No hay comentarios: