viernes, diciembre 27, 2019

Mides bien tus palabras. Calculas los pasos estrictamente necesarios. Colocas pros y contras en la balanza. Piensas en los efectos de tus actos, contemplas todas las posibilidades y te pones siempre en lo peor para que el fracaso no te coja desprevenido. Valoras la conveniencia de tus acciones, evitas precipitarte para que la ansiedad y la prisa no te hagan tomar un camino equivocado, te cuestionas cada certeza, consultas con la almohada, pides consejo a los expertos, observas las estrellas y preguntas al oráculo antes de tomar cualquier decisión por pequeña que sea. Meditas con calma cada gesto, cada mensaje en apariencia inocente, cada frase supuestamente espontánea. No dejas lugar a la improvisación ni a la duda para que nada pueda salir mal. Analizas, sintetizas, racionalizas tal vez en exceso. Te propones hacer solo lo correcto, curarte en salud, ponerte la venda antes, contar hasta mil, morderte la lengua hasta que sangre. Te prometes a ti mismo que esta vez será diferente, que no te dejarás llevar por las ganas y no cometerás los mismos pecados capitales que te condujeron al desastre. Y aun así, a pesar de tantas precauciones, sabes que no tienes otra opción que seguir tus deseos y atenerte a las consecuencias.

3 comentarios:

Devoradora de libros dijo...

Siempre hay que atenerse a las consecuencias.

Besos.

Susana dijo...

Me rrcuerda a lss cenas de Navidad. Un beso

Rosa Mª Villalta dijo...

¿Por qué encuentro como mía esta reflexión?
¿Por qué vivo esta reflexión en primera persona?

Gracias Bernardo.

Saludos.