martes, febrero 20, 2024

Admito que con frecuencia rehúyo las dificultades, que en cuanto las cosas se complican un poco tiendo al abandono y tiro con facilidad la toalla, pues he sido aleccionado por la derrota en que el esfuerzo rara vez merece la pena. Casi ninguno de mis sacrificios anteriores ha tenido la recompensa que yo creía merecer y he perdido a cambio un tiempo precioso que nunca recuperaré. He renunciado a muchas cosas, he desatendido a mis seres queridos, he pagado caro mi atrevimiento con sonoros fracasos y eso me ha hecho mucho más sumiso, dócil y cobarde. Es por eso que, en cuanto tropiezo con cualquier inconveniente, desisto enseguida de mis propósitos, y si el camino se me antoja largo y tortuoso tomo el primer atajo o busco una salida de emergencia. A estas alturas, no estamos ya para hacer alardes ni malgastar balas, pues son escasas las que nos quedan en la recámara, valoramos lo que tenemos por encima de lo que podríamos conseguir, no estamos dispuestos a arriesgar demasiado para no perder lo logrado, por sencillo y modesto que parezca a los demás. Desconfiamos del brillo del triunfo y de la gloria del vencedor, pues no hay nada como los pequeños placeres que a veces despreciamos pensando que la renuncia valdrá la pena. He logrado calmar mi insatisfacción permanente, he apaciguado mis ganas alocadas y he mirado a mi alrededor en lugar de hacia un horizonte lejano. Desconfío de lo farragoso temiendo ser engañado y apuesto siempre por la opción más confortable, voy a lo seguro y nunca escojo ciento volando. Valoro la comodidad y la calma por encima de una vida apasionante, prefiero lo cercano a supuestos paraísos remotos. El éxito es estar aquí y ahora sin que nada perturbe mi calma. Es por eso que no voy a escalar esa montaña ni a atravesar océanos, porque sé que al otro lado no hay nada mejor que esto. Por eso no me complico la vida más de lo necesario, pues la más sencilla suele ser la respuesta adecuada.


 

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