domingo, septiembre 21, 2003

Ahora que hay quienes han vuelto y otros que se han ido y que yo sigo aquí estancado sin ir ni venir de ningún sitio, no puedo evitar mirarme en el espejo de los demás para ver cómo hemos cambiado. A algunos se les nota el cambio y me pregunto si el no verlo en mí mismo se debe a la falta de perspectiva o a que en realidad éste no se ha producido en mí. Supongo que deben ser ambas cosas, que no he cambiado mucho y además no me doy cuenta de ello, y es que mientras otros iban y venían, se enfrentaban a nuevas realidades que les han marcado, yo no he sabido salir de esta oscura realidad a la que he sido condenado. La vida aquí es una inercia peligrosa en la que te dejas ir sin ser consciente de ello, un tobogán por el que te deslizas a toda velocidad en línea recta hacia el impacto final, la vida aquí es una costumbre, una rutina inquebrantable, un morir silencioso... Cuando llegan ellos con sus promesas de un mundo mejor, asegurando que hay algo más allá de esto, uno se plantea por qué sigue encerrando aquí sin hacer nada, desea huir y después piensa que no sabrá cómo hacerlo. Quizás ese mundo no esté hecho para nosotros, quizás lo que ellos encontraron no tiene nada que ver con lo que yo busco. Quién sabe. Lo más seguro es que nada cambie en adelante, que mientras ellos vienen y van relatando las últimas noticias del paraíso aquí la vida siga igual. Pero no puedo parar de preguntarme ¿Hasta cuándo?

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