sábado, abril 07, 2018

Con frecuencia, en mitad del camino, pierdes de vista el motivo por el que echaste a andar. Hay momentos de euforia y otros de decepción absoluta, y en esa montaña rusa de sensaciones encontradas olvidas el objetivo que te impulsó a comenzar el viaje, aunque ya sabías que esto iba a pasar. No sabes por qué haces lo que haces, incluso piensas que es absurdo o innecesario, si no directamente una locura o una estupidez. Y cuando eso sucede hay que ser lo suficientemente fuerte como para no tirar la toalla. Por eso son tantos los que abandonan, porque ya no le ven sentido a lo que hacen. Confieso que me he rendido muchas veces, que perder de vista la meta me ha hecho sentirme desorientado y regresar a casa vencido. No soy mejor que nadie, pero quizás sí más terco, y en esos instantes de debilidad es el orgullo y la incapacidad para rectiifcar mis decisiones lo único que me impulsa a seguir adelante, sabiendo que tendré que soportar el sufrimiento solo para no dar la razón a quienes desconfiaron de mis posibilidades, aunque hayan cambiado tanto las circunstancias y ya no necesite alcanzar esa meta, pero el motivo que te impulsó está ahí, tal vez escondido detrás de muchos errores e indecisiones, aún vivo.

No hay comentarios: