lunes, diciembre 17, 2018

Casi siempre pienso que no estoy a la altura, que son inmensos mis defectos y pequeñas mis virtudes, que no soy un buen padre, un buen marido, un buen compañero, un buen amigo, un buen profesor, un buen hijo... Si analizo mi comportamiento tengo razones más que de sobra para opinar de ese modo, por lo que prefiero no hacerlo y dejarme llevar por la rutina redentora del día a día resignado a no lograr ser más que lo que puedo ser, tan poco, tan torpe, tan mal... convencido de que no tengo remedio, que soy un auténtico fraude, que no cumplo con lo que se espera de mí, que no hago lo que debería hacer y que por supuesto no merezco lo que tengo. Y me escondo entre la gente tratando de pasar desapercibido, huyendo de mis problemas y refugiándome en ocupaciones banales que sustituyen a lo que debería ser mi vida, como un impostor avergonzado tratando de no ser descubierto. Pero quién dice qué es ser un buen padre, un buen hijo o un buen marido. Quién marca las normas, quién puede considerarse un ejemplo, quién no está lleno de dudas y temores, quién no despierta por la noche pensando que algo va mal. Probablemente nadie. Nadie, salvo los necios, está nunca convencido del todo de hacer lo que debe hacer, de no meter la pata hasta el fondo cada dos por tres, de no equivocarse en las decisiones que toma a veces incluso sin darse cuenta y de no hacer daño a la gente que más quiere. Todos tenemos esos miedos e inseguridades y plantearnos esas dudas nos hace sin duda mejores. Tal vez el secreto sea ser solo tú mismo sin tratar de ser como otra persona, dejar de compararte con los demás, admitir tus diferencias con orgullo, no pretender ser perfecto, reconocer tus errores y valorar tus aciertos y aprender a vivir con ambos sin exigirte tanto y así descubrirás que no tienes nada que envidiar a nadie. Porque solo de ese modo conseguirás ser la persona que quieres ser: TÚ.




No hay comentarios: