Casi siempre pienso que no estoy a la altura, que son inmensos mis
defectos y pequeñas mis virtudes, que no soy un buen padre, un buen
marido, un buen compañero, un buen amigo, un buen profesor, un buen
hijo... Si analizo mi comportamiento tengo razones más que de sobra
para opinar de ese modo, por lo que prefiero no hacerlo y dejarme
llevar por la rutina redentora del día a día resignado a no lograr
ser más que lo que puedo ser, tan poco, tan torpe, tan mal...
convencido de que no tengo remedio, que soy un auténtico fraude, que
no cumplo con lo que se espera de mí, que no hago lo que debería
hacer y que por supuesto no merezco lo que tengo. Y me escondo entre
la gente tratando de pasar desapercibido, huyendo de mis problemas y refugiándome en
ocupaciones banales que sustituyen a lo que debería ser mi vida,
como un impostor avergonzado tratando de no ser descubierto. Pero
quién dice qué es ser un buen padre, un buen hijo o un buen marido.
Quién marca las normas, quién puede considerarse un ejemplo, quién
no está lleno de dudas y temores, quién no despierta por la noche
pensando que algo va mal. Probablemente nadie. Nadie, salvo los
necios, está nunca convencido del todo de hacer lo que debe hacer,
de no meter la pata hasta el fondo cada dos por tres, de no
equivocarse en las decisiones que toma a veces incluso sin darse
cuenta y de no hacer daño a la gente que más quiere. Todos tenemos esos miedos e inseguridades y plantearnos esas dudas nos hace sin duda mejores. Tal vez el
secreto sea ser solo tú mismo sin tratar de ser como otra persona,
dejar de compararte con los demás, admitir tus diferencias con
orgullo, no pretender ser perfecto, reconocer tus errores y valorar
tus aciertos y aprender a vivir con ambos sin exigirte tanto y así descubrirás que no tienes nada que envidiar a nadie. Porque
solo de ese modo conseguirás ser la persona que quieres ser: TÚ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario