domingo, diciembre 16, 2018

Y cuando estás en lo más alto vuelves a caer abatido por las flechas de la incertidumbre y durante el vuelo tu vida entera pasa por delante de tus ojos como un melodrama barato de sobremesa y te lamentas por haber sido tan necio como para seguir ciegamente las luces tramposas que te conducían al precipicio y juras que si sales vivo de esta nunca más volverás a dejarte engañar por una sonrisa amable o unas palabras cercanas y pones a Dios por testigo de que nunca más volverás a querer a nadie. Tras el impacto, sin aire que respirar, te mueves bajo un volcán a punto de estallar y te asfixias dentro de un túnel cuya salida no adivinas, pidiendo una tregua en tus cien años de soledad. Pero el tiempo pasará y el dolor de tus huesos gastados será anestesiado por gente corriente que te ofrece un poco de consuelo y pensarás que al fin y al cabo la experiencia no estuvo mal, que hubo momentos que hicieron que valiera la pena arriesgar y comprenderás que sin dolor no hay placer, sin fracaso victoria y que sin carbón no hay Reyes Magos, y te adentrarás en las tinieblas de tu corazón buscando el tiempo perdido e intentado sufrir una metamorfosis profunda que te convierta en todo lo que siempre deseaste ser y te conceda al fin la alegría de vivir, por lo que te embarcarás en una nueva locura sabiendo de antemano que también esto pasará y que la próxima caída será aún más dura y puede que tu cuerpo y tu mente ya no soporten el golpe, pero si sobrevives no te quedará más remedio que levantarte y echar a andar, pues naciste para correr, y emprenderás de nuevo el viaje a ninguna parte sabiendo que después de cada uno de los muchos fracasos que aún te quedan por vivir tendrás una y otra vez que volver a empezar.

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