viernes, diciembre 14, 2018

Siempre tuve la sensación de que algo iba mal en mi cabeza, que aquí dentro algo no funcionaba del modo que debería. Que yo no era normal. Y cada día que pasa no hace más que confirmar mis sospechas y alimentar mis temores, porque mis ideas y reacciones no suelen ser bien acogidas por la gente y al mostrar mis sentimientos no suelo obtener más que rechazo. Me rompo con facilidad, me equivoco mucho más de lo habitual, elijo mal el objetivo de mis esfuerzos, apunto en la dirección incorrecta y caigo una y mil veces en el mismo error infantil. Porque me empeño en creer que los demás piensan y sienten igual que yo, o que al menos alguien lo hace y no es así, porque confundo las señales y tomo siempre el camino equivocado hasta verme encerrado en un callejón sin salida del que no sé cómo escapar. Soy un fallo evolutivo, un eslabón perdido hacia el desastre, un tarado sentimental, un elemento extraño en un mundo hostil que no logro comprender y en el que no encuentro refugio. Nunca aprendo la lección aunque me lo proponga después de cada fracaso, y sé que volveré a tropezar de nuevo, porque soy incapaz de convertirme en alguien diferente a quien soy, en esa pesona cabal y equilibrada que me gustaría ser y estoy condenado a sufrir para siempre las secuelas de esta estúpida forma de sentir.

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