viernes, abril 26, 2019

Como testigo implicado que admite su falta en silencio, me avergüenzo de mí mismo, de comprobar a lo que he llegado por culpa de personas nocivas que sacan lo peor de ti y te obligan a actuar de un modo del que siempre renegaste y cómo aquello que juraste que nunca harías es hoy tu rutina diaria. Mostrar repulsa, rechazo, odio incluso, me llevan a ser quien no quiero, me rebajan convirtiéndome en alguien despreciable y ruin a quien detesto. Me desconozo. Sé que no debería hacerlo, que no merece mi atención ni mi desprecio quien no quiso aceptar mi mano ni mi afecto. Por eso admito todos tus reproches, pues me declaro culpable de comportarme de un modo erróneo. Tal vez debería tan solo ofrecerles mi mejor sonrisa y saludos cordiales para demostrarles así que no me importa su indiferencia, que el pasado para mí no existe, que no son nadie para provocar mi ira ni mi llanto y que no puede hacerme daño quien no supo hacerme bien. Esa sería su mayor derrota, la perfecta venganza que redimiera mi culpa de forma definitiva, pero confieso mi debilidad, mi ingenuo afán de revancha que me envilece, este inútil resentimiento infantil que albergo en mi interior, como si con eso fuera a lograr lo que no consiguieron palabras amables y buenos deseos, pero soy humano, demasiado humano. No es tan fácil como calcular la cuenta de agravios y ofensas, mirar hacia adelante y actuar en consecuencia. Lo siento, aún no es tiempo para eso y no me enorgullezco de ello. Tal vez mañana pueda hacerlo. Esa sería la señal de que me he curado para siempre de cada uno de mis fracasos.

1 comentario:

Sandra Figueroa dijo...

Hay que esperar que llegue el momento. Intenso texto. Un placer leerte. Saludos