sábado, abril 25, 2020

En momentos así nos sentimos defraudados por la realidad y nos enojamos como si el mundo nos debiera algo, creyendo que nos merecemos una vida mejor aunque no hayamos hecho mucho para ganárnosla. No nos paramos a pensar si los demás acaso merecieron sus problemas, algo en nuestro interior nos hace creer que probablemente así sea, pero con nosotros no, con nosotros el universo se ha equivocado y esperamos sentados a que rectifique sin hacer nada por que eso suceda, exigiendo que no se demore demasiado y a ser posible nos presente una disculpa en forma de golpe de suerte que nos devuelva con creces todo lo que nos hurtó sin ningún derecho, como si quisiera vengarse de nuestra ridícula presunción y soberbia. Nunca agradecimos lo que gozamos sin merecerlo, no valoramos lo irrepetible, dejamos que el tiempo nos despojara de nuestras más preciadas posesiones mientras nos conformábamos diciendo que lo mejor estaba por llegar, ignorando que lo mejor era ya aquello. Pero ahora, cuando las cosas no responden a lo que habíamos planeado y las dificultades arrecian, clamamos al cielo por la injusticia que está cometiendo, incapaces de comprender que es la noche la que hace al día y el ruido al silencio, que nada nos pertenece y que el futuro es siempre una incógnita imposible de resolver. Por eso deberíamos vivir como si el mundo fuese a acabar mañana, sin pedir responsabilidades ni dejar nada para luego, no quedarnos con las ganas de intentarlo y no guardarnos nunca más, por miedo o por desgana, un abrazo, un tequiero o un beso.

2 comentarios:

Susana dijo...

Una gran verdad y cuántas veces lo olvidamos. un beso

CleveLand dijo...

El mañana ya no existe. Al menos el mañana que teníamos proyectado ayer. Y ahora habrá que recalibrar bien lo que conocíamos como felicidad para que no gane terreno la frustración y la tristeza.
Saludos!