domingo, abril 18, 2021

Como de costumbre, ando hoy lidiando con la sensación de que todos mis esfuerzos son en vano, de que nunca obtengo ni una mínima parte de la recompensa que merezco y que haga lo que haga, siempre dará lo mismo. Tal vez no deberíamos ponernos metas demasiado altas que solo generan frustración y desengaño. Tal vez no deberíamos escuchar voces alucinadas que nos venden ilusiones falsas, asegurando que todo se puede lograr con esfuerzo y paciencia. Lo cierto es que la mayor parte de las veces el resultado no depende de ti, aunque quieran hacernos creer que si fracasas es solo culpa tuya. En cambio, deberíamos centrarnos en disfrutar del proceso y valorar los pequeños logros cotidianos al margen de la opinión de otros. No convertir nuestra vida en una carrera de obstáculos que debemos superar para llegar a alguna parte y que carece de sentido si no alcanzamos el éxito que nos hemos propuesto. Para ello habría que renunciar a las expectativas y no dejarse embaucar por la fugaz sensación placentera que concede el aplauso o el trofeo. La vida no va de ganar medallas sino de hacer que cada día sea importante por sí mismo y no por cuánto nos permita avanzar en busca de algo que nunca nos satisface y nos hace sentirnos vacíos. Nuestros objetivos nos limitan y nos impiden ver la realidad alrededor. Tal vez no deberíamos ponernos ninguna meta, por pequeña que sea. Eliminar la idea de que la vida sea un camino, sino más bien un sitio donde quedarse, apreciar sus virtudes y sus dones, y hacer simplemente de él un lugar bonito.